gabriel alberca

Tengo un amigo que no quiere perdurar. Es pintor. Pinta -como los buenos- para acercarse al secreto, al misterio. René Char dijo que algunos seres tienen un significado que ignoramos y que su secreto está en lo más profundo del secreto mismo de la vida. Se acercan a él y ella los mata. Mi amigo desea que, cuando muera, sus cuadros se borren. Tanto le da si están en el Moma de Nueva York o en mi dormitorio. Pintar para aproximarnos a ese algo que intuimos. Escribir poemas o repasar lo que hemos soñado, con autentica vocación de alquimistas, para hallar la piedra de toque. Pero, ¿para qué escribir cartas?, ¿para qué repasar por escrito lo visto, lo hecho, lo pensado, lo intuido, y narrarlo para otro que quizá nunca responda?

Así comenzaba un artículo que escribí hace once años sobre "Cartas a la hija" de Madame de Sevigné. El amigo al que me refería era el pintor Gabriel Alberca.

Gabriel, el amigo, murió el pasado sábado 12 de febrero a los 76 años.

Alberca, el pintor, donó gran parte de su obra al Ayuntamiento de Málaga, aunque sólo colgaron uno de sus cuadros. Los vivos no cuentan para los vivos.

Hay personas que nunca esperan de quien aman: amar ya es suficiente compensación. Aún así, imagino al más altruista ansiar -como el rey Lear de su hija Cordelia- un solo te amo que le impulse a seguir amando, a seguir vivo. Las cartas -como los sueños- son señales de vida. Mi amigo aún no lo sabe, pero hace poco rompí todas sus cartas. Antes las leí meticulosamente. Al igual que sus cuadros, eran ecos de noticias de ese secreto que todos buscamos.

Así acababa aquel artículo.

Y así termino esta carta que nadie responderá jamás.